Ley de Plata

Caperucita en compostela

Yo llevo dos semanas leyendo los papeles del caso y os digo que tuvo que ser en defensa propia.

Ya sabréis que la chica, Ana, es licenciada en Químicas y que estaba haciendo la tesis. Ese mismo día venía de la Facultad y al tío, parece que se lo encontraba a menudo haciendo malabares cuando cruzaba por la Alameda.

Claro que ella tiene en su contra el ensañamiento: él tenía el cuerpo, desde el cuello hasta el pubis, abierto en canal. Yo creo que se volvió un poco loca, y que se podría alegar también enajenación mental, pero ninguno de los informes consigue aclarar cómo pudo ejercer semejante fuerza con un cuchillo de plata de la cubertería de la abuela. Además, le arrancó el corazón con sus propias manos, lo picó en taquitos y se lo puso al gato en el comedero. Parece que al gato lo han lavado varias veces, pero se le sigue viendo el pelo rosado.

Os hubiese traído alguna foto de la escena del crimen, pero son terribles. Había sangre por todas partes y la víctima estaba completamente destrozada. Para que os hagáis una idea, aquello era una obra digna de Romeo Dolorosa, el personaje de Javier Bardem en Perdita Durango. Seguro que la habréis visto.

También hay muchas fotos de Ana, en las que se la ve desorientada, como si no supiese donde está, con la cara emborronada de negro, del maquillaje corrido de los ojos, y de rojo, de la sangre, tanto suya como de la víctima, según los análisis de ADN.

Cuando la policía llegó al piso, alertada por el portero, que había escuchado gritos al poco de cruzarse con Ana en el rellano, se la encontró tomándose una infusión y mirando por la ventana.

Ana cruzaba casi todos los días la Alameda desde la Facultad de Químicas para ir a su casa, en la Algalia. Su propia madre declaró que ella le decía siempre que fuese por el Ensanche, porque la Alameda, sobre todo de noche, tan frondosa, plagada de recovecos y tan poco iluminada, le parecía un lugar peligroso para una chica. Pero claro, esto suponía dar mucha más vuelta, así que, ignorando a su madre, ella la atravesaba para atajar. Yo también os digo, que me parece muy injusto que tengamos que educar a las niñas para que sean miedosas y prudentes, en lugar de educarnos a todos para una sociedad mejor.

La víctima – tengo el nombre completo anotado en este papel, Solobodan Bogdanovic, aunque ya sabréis que todos le llamaban Lobo-  tenía 50 años. No se sabe cuánto tiempo llevaba en España. Hay algún documento que insinúa que pudo formar parte de grupos paramilitares,  aunque nunca fue formalmente acusado de ningún crimen, con lo que estos datos, no se van admitir en el juicio para presentar un perfil de hombre violento. En todo caso, es sorprendente que una chica con la constitución de Ana pudiese acabar de esa forma con un hombre tan corpulento, incluso dejando a un lado la teoría de que pudiese ser un criminal de guerra o un soldado adiestrado.

La policía dice que podría encajar en el perfil de un sospechoso al que varias chicas apuntaron estos últimos meses como autor de varios intentos de acoso y agresión en el Campus Sur. Las chicas lo describían como un hombre con acento extraño, con ojos, dientes y boca muy grandes, pero en el álbum de fichados de la policía no llegaron a identificar a nadie. Están intentando contactar con alguna de ellas por si le reconociesen e incluso pudiesen llegar a declarar en el juicio.

El día del crimen, Lobo estaba en su lugar habitual de La Alameda, haciendo malabares. Normalmente, se ponía en el Mirador, donde está el Árbol de los Enamorados. Ella misma declaró que muchas veces le daba unas monedas y que también se paraba a hablar con él, ya que le parecía una persona amable y tal vez un poco perdida, tan lejos de su país.

Hay declaraciones de dos jardineros que dicen haberles visto charlando amigablemente e incluso sentados juntos en el banco que rodea el árbol. Según los jardineros, Ana y Lobo podrían tener una relación sentimental. Si esto fuese cierto, que no lo creo, pero si no quedase convenientemente acreditado en el juicio que no era así, podría ponerle las cosas muy difíciles a Ana. La han reconocido sin lugar a dudas, entre otras cosas, por un abrigo rojo con capucha, muy llamativo, que ella usaba durante todo el invierno y que la policía encontró en casa de la abuela, tirado cerca del cuerpo.

A mí, sin embargo, me merece más credibilidad la declaración de un estudiante de Farmacia que solía correr por la Alameda a la misma hora que Ana salía de la Facultad y que cuenta que se había fijado en muchas ocasiones en que los jardineros la increpaban con frecuencia; primero, la piropeaban y, cuando ella apuraba el paso sin hacerles caso, pasaban a insultarla. Según el chico le decían cosas como –puta, te crees mejor que nosotros, ¿eh?  La vida pone siempre en su sitio a las estiradas como tú-y lindezas por el estilo. Y claro, como ella se paraba a hablar con Lobo, pues yo creo que se hicieron ellos solitos la versión que más apaciguaba a sus lastimados egos.

El día del crimen, que como sabéis fue el 23 de diciembre, Ana salió de la Facultad a la hora habitual y atravesó, como casi siempre, por la Alameda. Antes de ir a casa, a la Algalia, tenía que acercarse a ver cómo se encontraba su abuela, que había estado algo enferma esos días.

Al cruzarse con Lobo, Ana intercambió unas palabras con él y le deseó Felices Fiestas, comentándole que ya no volvería a la Facultad hasta el día 26. También le comentó que llevaba prisa, que iba a casa de su abuela. Y Lobo sabía dónde vivía la abuela de Ana; se habían encontrado una vez delante del portal y ella misma se lo había contado.  Esto lo pone todo en la declaración de Ana ante la policía y lo ratificó después ante el juez.

A la altura de la estatua de Las Marías, Ana se encontró a una amiga. Charló un rato con ella y se dejó convencer para tomar una caña rápida, que al final fueron dos. Por tanto, como supondréis, la analítica de Ana dio algo de alcohol en sangre, aunque ninguna otra sustancia.

Al salir del bar, Ana apuró el paso hasta la casa de su abuela y, sabiendo que podría estar en cama, abrió con sus propias llaves. No notó que la cerradura estuviese forzada ni nada extraño, hasta que entró.

Lo que recuerda Ana de lo que pasó dentro de la casa, o lo que ha declarado, porque igual sí se acuerda de algo más, pero no lo ha contado, es que cuando entró, Lobo ya estaba dentro, y que no vio a su abuela ni pudo hacerse una idea de donde estaba. Desde la entrada del piso, se ve la habitación principal y la cama estaba revuelta, pero en ella, en lugar de su abuela, se encontró al tipo, según ella, desnudo.

Lobo, al verla entrar, le dijo que quería darle una sorpresa de Navidad y antes de que Ana pudiese reaccionar, se abalanzó sobre ella y después ya no se acuerda de nada, hasta que se despertó en el CHUS, rodeada de polis. En el informe médico, se indica que ella tenía moratones en las muñecas y en el cuello y también varios cortes del mismo cuchillo de plata, el arma homicida, pero que si hubo intento de violación, ésta no llegó a consumarse.

A la abuela la encontraron amordazada en la cocina, también sin conocimiento. Como sabéis está bien y lo poco que ha declarado es que un hombre entró a robar en su casa haciéndose pasar por un inspector del gas y que su nieta las había salvado a las dos.

Ya sé que no vais a publicar mi nombre en el periódico, pero por favor, tampoco le digáis a nadie que os lo he contado yo. Si se sabe, me echarían del despacho de abogados. Y es el sitio donde mejor me pagan por limpiar.

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